La lucha diaria y la meta constante: recaudar dinero para los pañales de su madre
- DíaTreinta

- 9 sept
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A las siete de la mañana, Grisel Alcalde Medina ya está en la calle. Tiene 63 años y las manos curtidas por un trabajo que la acompaña desde hace dos años y medio: la venta de galletas “Animalito” en el corazón del trabajo informal; Gamarra y el centro de Lima. No es un oficio fácil, pero es el que le permite comprar pañales para su madre de 91 años.

Entre galletas y cuidados, la lucha diaria de Grisel
Cada paquete de pañales cuesta 53 soles, ¿cuántos usa su mamá al día? ¿Cuánta plata necesita? ¿Cuánto Grisel puede ganar con la venta de galletas? Y eso no es todo, también carga sus propios problemas, padeciendo escoliosis, lo que le dificulta estar mucho tiempo de pie. Sin embargo, no puede sentarse a descansar porque los fiscalizadores la sacan de los espacios públicos. “Me quedo hasta las 5 de la tarde, desde las 7 de la mañana. Todos los días, excepto el sábado, me quedo a lavar la ropa de mi mamá y a limpiar la casa”, cuenta.
En su casa, en Villa María del Triunfo, vive con dos hermanos. Uno de ellos, de 78 años, está postrado en cama. El otro, que tiene mototaxi, cuida a su madre de lunes a viernes. Los sábados, Grisel se hace cargo; los domingos, su hermana.
Grisel recorre las calles con sus paquetes de galletas. Cada paquete le cuesta 13 soles y contiene 20 galletas, que vende a un sol la unidad. Si logra vender tres paquetes diarios, puede juntar el dinero necesario para los pañales, pero no siempre lo consigue. “A veces no los puedo vender, y tengo que quedarme hasta tarde para intentarlo”, explica. Si no logra reunir el dinero, tiene que improvisar: “Tengo que cortar polos para ponerle a mi mamá”.
La informalidad es su única salida. “Es un escape rápido para lo que realmente necesitamos”, dice. Pero no todo es igual. Hay quienes, según Grisel, se aprovechan de la situación: “Hay muchos que viven bien y hasta mendigan. Por culpa de ellos, pagamos pato los que trabajamos de verdad”.
Grisel siente el abandono del Estado. “Hay muchos grupos sociales que hacen, pensión 65 y esas cosas. Pero cuando uno va, hay que hacer muchos papeles y te ponen trabas”, relata. Una vez, una amiga le regaló una cocina, y por eso le negaron la ayuda: “Tú tienes cocina, entonces no se te puede ayudar”, le dijeron. “Quisiera que vengan a ver cómo vivimos, que no nos echen en un mismo saco a todos”, reclama.
Grisel es una de las miles de personas que sostienen la economía del país desde la informalidad. Su vida es una constante lucha por la dignidad y el sustento. “Siempre somos olvidados, maltratados, marginados”, dice con resignación.
Aunque su vida es de todo menos sencilla, ella sigue adelante, por su madre, por ella, por un futuro en el que el Estado vea la realidad de los más necesitados y no los deje atrás. Mientras tanto, cada día, con sus galletas bajo el brazo, Grisel camina las calles de Lima, buscando un sol a la vez para cuidar a su mamá.

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