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Prendiendo luces en Gamarra

Entre los pasillos de Gamarra, donde la ropa se apila hasta el techo y los compradores avanzan en tropel, Víctor Vázquez se pronuncia como una figura conocida. Sus 72 años se notan en el ritmo cansino con que acomoda las prendas, pero no en la determinación de su mirada ni en la firmeza de sus manos, curtidas por casi dos décadas de trabajo ininterrumpido.


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La ropa que vende, el reflejo de su perseverancia


Cuando la ciudad aún duerme, Víctor ya se está posicionando a pesar de que nadie le impone un horario, él sabe que cada minuto cuenta. Sus jornadas suelen extenderse hasta doce horas, tiempo suficiente para atender a clientes de todo tipo, negociar precios y cargar bultos pesados. La ropa que vende es su sustento y, a la vez, el símbolo de una lucha diaria contra el cansancio y la indiferencia.


El comercio en Gamarra no es fácil. Los ingresos apenas alcanzan para cubrir los gastos básicos, y el salario que recibe Víctor no logra compensar el esfuerzo invertido. La crisis económica y la inflación han convertido el sueldo en una cifra insuficiente, apenas un “salario de hambre” que no da para vivir con dignidad. Víctor lo sabe y lo siente en cada factura que paga, en cada comida que compra y en cada recibo que acumula.


Pero la adversidad no termina ahí. Los fiscalizadores y los funcionarios municipales son una amenaza constante. Las multas llegan sin aviso, a veces por motivos insignificantes, y los comerciantes como Víctor se ven obligados a pagarlas, muchas veces con lágrimas en los ojos. La corrupción, según él, es un mal enquistado en el sistema, que beneficia a unos pocos y castiga a los trabajadores honestos.


A pesar de todo, Víctor no pierde la esperanza. Sueña con un Perú distinto, donde los políticos piensen en los ciudadanos y no en sus propios bolsillos. Donde el trabajo sea valorado y el esfuerzo, recompensado. Donde los vendedores de ropa, los comerciantes de barrio y los trabajadores de la calle puedan vivir sin miedo y con la certeza de que su labor importa.


Víctor Vázquez no es solo un vendedor, es un hombre que resiste, que lucha, que no se rinde. Cada mañana, cuando el sol apenas asoma, él ya está en su puesto, listo para enfrentar otro día en Gamarra, con la esperanza de que, algún día, las cosas cambien.


 
 
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