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Luka saca la mejor versión de mí en todos los momentos



Mi hijo llegó el sábado 27 de julio, a las 2:14 de la tarde, instante que cambió mi vida para siempre. Vi a mi hijo por primera vez, y supe en ese instante que la persona que era, ya no existía más. 





Escribe Ariana Cabanillas 


El domingo 3 de diciembre de 2023, mi vida dio un giro inesperado: descubrí que estaba embarazada. Solo faltaban diez días para mi cumpleaños número 22. Me llené de incertidumbre. Sentí que el miedo me envolvía, mi mente no lo asimiló de inmediato. No estaba lista, no era lo suficientemente madura. ¿Cómo podría traer una vida al mundo, si recién estaba tomando rumbo la mía? 


Había algo que empezó a nacer dentro de mí, algo que fue más fuerte que mis temores. Era ese amor incondicional que empezó a brotar por mi hijo, ese amor, que me dio compromiso y fuerza para afrontar lo que venía. Pero, ¿Cómo iba a ser mamá? ¿cómo iba a estudiar, trabajar y, además, mantener mi vida a flote?



A la espera del nacimiento de Luka


El embarazo fue como una montaña rusa, no tuve tiempo de descansar. Día tras día me preguntaba si estaba tomando la decisión correcta, si sería lo suficientemente buena. Las semanas pasaban entre el trabajo y la universidad, con la barriga creciendo, mi cuerpo cansado y la mente exhausta. Pedía un respiro que nunca llegaba. A veces, el cansancio se volvía exasperante, no conseguía cómo llevar la vida de estudiante, trabajar para ganar dinero y, al mismo tiempo, preparar mi cuerpo para la llegada de mi hijo. El cuerpo me gritaba: “Ya no puedes más”, pero mi mente y corazón me empujaban a seguir.


No sabía cómo lo hacía, solo lo hacía. Me levantaba, me vestía y enfrentaba la vida. Por momentos, me sentía sola, como si todo mi esfuerzo fuera en vano. Pero entonces tocaba mi vientre, y pensaba en el amor que estaba creciendo dentro de mí, que se convirtió en la fuerza que me mantenía de pie.


Llegó el sábado 27 de julio, a las 2:14 de la tarde, instante que cambió mi vida para siempre. La llegada de mi hijo fue una explosión de sentimientos, miedo, alivio, amor. Vi a mi hijo por primera vez, y supe en ese instante que la persona que era, ya no existía más. Ahora, todo lo que hacía, cada sacrificio y esfuerzo, ya no era solo para mí, era para él.


Con su nacimiento, Luka lo cambió todo.


Luka, tan pequeño, tan frágil, llegó a recordarme que la vida pasa en un abrir y cerrar de ojos. Había días en los que mi cuerpo no daba más y las horas de sueño se convertían en un lujo. Muchas veces me despertaba en la madrugada, con el llanto de Luka y aunque sentía los ojos pesados, como si pesaran toneladas, no podía evitar sentir frustración al escuchar su llanto. ¿Algo le dolía? ¿Tiene hambre o frío? Ni el dolor de cuerpo, ni la frustración de estar exhausta importaba, solo importaba él. Importaba ser la mejor madre que pudiera ser para él.


Mi vida se llenó de responsabilidades. Como mamá, la prioridad era Luka, mi pequeño, que ha llegado para robarme el corazón. Pero también estaba en los últimos ciclos de la universidad, que fueron meses duros de gran exigencia.


Mi trabajo, que al principio era manejable, ahora era entonces una carga que arrastraba, porque no solo trabajaba para mí, sino para mi familia. La casa, ese espacio que alguna vez vi como algo que podía organizar y adaptar a mi ritmo de vida, se convirtió en un campo de batalla, donde debía encontrar tiempo para hacer que todo funcionara.


Luka acompañando a mamá en el trabajo.


Mis días se convirtieron en una rutina de sacrificios: levantarme a las 5 de la mañana, atender a Luka, ir a la universidad, trabajar, volver a casa, limpiar, lavar, cocinar... y así, sin descanso. Sentí que me estaba perdiendo a mí misma, no quedaba espacio para la mujer que era antes de ser madre. Estaba cambiando, creando una nueva versión de mí misma, una que no solo era mamá, sino que también una mujer que podía con todo, aunque a veces no pareciera. 


No es fácil, cada día es un sacrificio, una batalla constante. No hay descanso, no hay espacio para pensar en ti. Pero algo en mí me recordaba que cada sacrificio tiene su recompensa. Luka es esa recompensa. Es él el motivo que me hace seguir adelante, la razón por la que me despierto por la madrugada para estudiar, para seguir adelante en el trabajo, ser ama de casa, para seguir amando con toda mi alma.


Luka sonriendo para mamá


Ser madre, estudiante, trabajadora, esposa y ama de casa es una tarea que, a veces parece, inhumana, que me hace perder la noción del tiempo y del espacio. Pero en medio de todo hay una fuerza, hay ganas de superación.


Luka es mi razón, la persona que guía mi camino, aunque esté agotada, aunque el cansancio me quiera vencer. Si algo me ha enseñado esta experiencia es que el sacrificio, aunque duro, siempre tiene un propósito, dar lo mejor de ti, por aquel amor que te impulsa a ser la mejor versión de ti misma.



Le mejor dupla: Luka y mamá




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