Una madre viajera que muere por el chocolate
- Nikoll Benavides

- 2 may
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Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática, más de 3 millones 500 mil peruanos viven en el extranjero y, desde noviembre, mi mamá pertenece también a esa cifra. Ha decidido dejar el Perú, su hogar por 49 años, para darle una mejor calidad de vida a sus hijas.

Escribe: Nikoll Benavides
Hace 7 meses, mi mamá se despidió de mi hermana menor Gretchel y yo en el aeropuerto Jorge Chávez. No lloró, se limitó a darme un abrazo rápido e irse. Yo no me fui hasta que vi sus rulos pelirrojos desaparecer y supe que lloró en el avión por la foto que me envió desde su asiento.
Mamá no tenía el dinero de su bolsa de viaje completo, ni se había memorizado la hoja que le dió el agente de viaje. Ahí estaban todas las respuestas que necesitaba por si Migración le preguntaba a dónde iba, qué iba a hacer, dónde se iba a quedar y qué iba a visitar. Nadie le preguntó nada y subió al avión sin problemas. Yo creo que ella no estudió las respuestas, inconscientemente, para no tener que irse y quedarse con nosotras. Las tres sabíamos que no nos volveríamos a ver en persona al menos en unos 3 años.
Mamá llegó al Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas a las 11 de la mañana. Ahí la esperaba mi padrastro. Él se fue de Perú el 21 agosto de 2024, siete días después del cumpleaños de mamá. Él tuvo muchos problemas para llegar. El 20 de agosto, día en el que estaba programado su viaje, no lo dejaron subir al avión. Mi padrastro consiguió un trabajo en la isla española Menorca. Así que mamá se fue allá a vivir con él. A los 15 días, ella se aburrió de la isla.

Isla española Menorca de noche
Menorca es una de las islas más bonitas de España. Está rodeada por el mar Ibérico. Mamá quedó hipnotizada con el color turquesa del mar. Y la infraestructura de las casas la motivó a recorrer una y otras las calles hasta que se las aprendió de memoria.

Calles de la isla española Menorca
Cuando ella estaba en Perú, vivía y trabajaba en el Vraem, Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro, vendiendo ropa. Es una zona geopolítica en el Perú, conocida por su alta producción de cocaína y además por la presencia de grupos terroristas y narcotraficantes. En una ocasión un policía le apuntó con un arma porque ella tocó la puerta de una casa donde iban a realizar una intervención. La dejaron ir cuando convenció al policía que ella solo vendía ropa y que estaba ahí porque estaba llevando un pantalón a la señora de la casa. Ya no volvió a ir, no por miedo, sino porque la gente creía que ella era quien la delató y la venta cayó.
Desde ahí mamá prefería trabajar entre los distritos de Cusco y Ayacucho: Pichari, Kimbiri, Santa Rosa, Llochegua, Sivia y San Francisco. Y algún otro por ahí que encontraba en el camino. Aunque no entraba a ciertos pueblos alejados. Una vez se aventuró con el chofer que contrató, para que sea más simple ir de un punto a otro, a un lugar que ninguno de los dos conocía. Mientras la camioneta recorría el pueblo se dieron cuenta que la gente los observaba. Quisieron regresar por donde habían llegado, pero la entrada ya estaba cerrada con unos troncos. Tuvieron que seguir y aventurarse para encontrar otro camino que los regresara a Pichari, donde mamá alquilaba un minidepartamento.

Paula Soria en un bote con destino a un distrito cuzqueño
Entonces, la vida tranquila de la isla le parecía monótona. Así que antes de terminar el mes, se fue a vivir a Barcelona. Ahí tenía unos conocidos que la ayudaron a conseguir trabajos momentáneos. El tiempo que le sobraba lo usaba para conocer y pasearse en el tren. Un día de septiembre me llamó emocionada a decirme “¡Niko, solo con 20 euros mensuales puedo pasear por las estaciones las veces que quiera!”. Solo se le complicaba memorizar y entender las líneas, pero lo demás fue reconfortante para su alma inquieta.
El siguiente mes, se fue a Madrid. Unos amigos le dijeron que fuera porque existía la posibilidad de un trabajo fijo. Ella no lo pensó y fue. Allá tuvo que vivir en un cuarto extremadamente pequeño. Entraba solo una cama de una plaza y una mesita de noche. Mamá estaba encantada de que muchas cosas costaran un euro. En esos meses dejó de convertir los euros a soles. Comprarse un chocolate ya no era gastar 4 soles, sino comenzó a verlo como un simple euro. Se quejaba a diario del frío porque ella estaba acostumbrada al caluroso Vraem. Pero más se quejaba del cuarto, no podía seguir viviendo ahí. Cuando el sueño del trabajo se desvaneció, ella pensó que tenía que irse de ese lugar en 4 días porque la renta ya estaba pagada. Esa tarde cuando volvió a su cuarto, encontró que un pericote había mordido el chocolate que estaba en su mesa de noche, justo al lado de una bolsa de galletas saladas. Podía obligarse a soportar ese pequeño lugar frío, pero no que un pericote le quitara su último chocolate. Para la noche ya tenía su maleta lista.

Una tarde de inverno en España
En Cataluña, se reunió con mi padrastro. Su trabajo en la isla acabó y al siguiente día compró un pasaje para buscar a mamá.
Ella se levanta a las 5 de la mañana y le cocina a diario a mi padrastro para que se lleve su almuerzo. Pues a él encanta la comida peruana, más la que prepara mamá. Y luego ella se va a trabajar y a conocer las diferentes líneas del metro. Existen días en los que mamá, con su experiencia de cocinera peruana, se dedica a vender tamales, papa rellena y postres para reunir dinero y cubrir algún gasto extra que tengan sus hijas en el Perú o solo para algo que necesite. Mi mamá aún no ha paseado por todas las zonas, pero cada sábado convence a mi padrastro de ir a un nuevo lugar a comprar algún chocolate.
Mamá se ha matriculado en un curso de catalán, porque está harta de no entender lo que la gente dice. Por eso mismo aprendió un poco de quechua. Al inicio solo sabía decir ciertas palabras: números, saludos y gracias. Era lo único necesario para comunicarse con las personas a las que les vendía los productos que traía de Lima: ropa, zapatos, accesorios y a veces incluso colchones, clavos, secadoras de cabello. Todo lo que la gente pidiera y yo consiguiera en la ciudad. Con el tiempo, comenzó a entender conversaciones simples.
Una mañana, me envió un audio de WhatsApp y luego un mensaje diciendo “Niko, tradúceme esto, por favor”. Yo, frustrada, leí el mensaje porque creía que era un audio en inglés. Desde que había terminado el nivel avanzado, ella creía que yo sabía todas las palabras en ese idioma. Antes de reproducir el audio, ella me llamó. “Niko, necesito que me traduzcas eso, me lo envió un chico y es sobre un trabajo”. Al escuchar el audio, me di cuenta de que no estaba en español, sino en catalán.
Yo no sabía nada de ese idioma. Pero mi mamá creía que haberme pagado por años los mejores colegios particulares de Ancón y luego en secundaria un colegio preuniversitario era suficiente para entender todo. Pues ella un día resolvió ejercicios de un simulacro del examen de admisión de la Universidad Nacional de Ingeniería sin tanta educación cara. En realidad, todas las cualidades de periodista que tenía eran gracias a ella. Buscar información que no se encuentra fácilmente, ayudar a las personas que en un futuro podrían ser potenciales contactos para algo que necesitara, no rendirme si no entendía, hacer las cosas con rapidez y siempre encontrar una solución. Así que, claro, lo pude traducir con ayuda de la inteligencia artificial y luego le hice un tutorial detallado para que ella también lo pueda usar. Una semana antes, mamá me había enviado unas instrucciones en alemán. Fue más fácil porque estaban escritas.
Cuando estudia catalán se lleva su carné de la biblioteca y un cuaderno donde apunta todo. Recuerdo que cuando volvía a Lima del Vraem, una vez al mes, agarraba mis cuadernos A5 y escribía sus apuntes. Yo renegaba porque siempre se los llevaba y con ella se iban mis clases de Periodismo de Investigación o mis entrevistas escritas o mis apuntes de algún trabajo de campo. Ahora que está a 9,945 kilómetros de distancia y a 7 horas de diferencia, mis cuadernos A5 están en paz en mi cuarto, pero vacíos. También, a veces, el vacío de la casa que ella dejó me parte el alma.

Carné de la biblioteca Pública de Cataluña
Su estilo de vida cambió por completo solo para que mi hermana y yo podamos vivir tranquilas. Sin preocupaciones del dinero. Ahí es donde verdaderamente se ve el amor que nos tiene. Aventurarse a dejar sus comodidades para pasar dificultades en un país ajeno.
Es cierto, ella casi siempre ha estado de viaje, pero nunca a tantos países de distancia. Ahora en este mes de la madre quisiera abrazarla, pero sé que no podré hacerlo porque ella está muy lejos, aunque la siento cerca en mi corazón.

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