top of page

Caballito: uno de los regalos más bonitos de mi vida

Mi abuelo le regaló a papá un viejo caballito de madera, de esos que se balancean, con dos listones curvos como base. Tiempo después, papá me obsequió ese caballito renovado con sus manos fuertes y creativas.


Un día más, un día común y ordinario… o eso pensé. Mientras limpiaba y desempolvaba las cosas de mi habitación, decidí sacar la ropa acumulada del armario para darle un mejor mantenimiento. Entonces descubrí una caja llena de recuerdos.


La curiosidad me ganó, así que la saqué con cuidado y la puse sobre mi cama. Al abrirla, me encontré con un montón de fotos viejas. Fotos que capturaban momentos únicos de mi familia, de mi historia.


Foto encontrada en la caja de los recuerdos que guarda el esfuerzo, el amor y la sencillez de aquellos días que hoy valoro con el corazón.


Hubo una en particular que llamó mi atención: Una niña montada en un caballito de madera, junto a mi padre.


—¿Esa niña… soy yo?


—¿Ese caballito…?


De pronto, una imagen se proyectó en mi mente, como si fuera una cinta de película rebobinando una vivencia antigua. Me quedé pensativa, tratando de recordar más sobre aquel instante compartido con mi papá.


Bajé las escaleras, decidida a preguntarle a mi madre sobre la foto y ese caballito de madera.


Con apenas cuatro años, montada sobre un caballito de madera que alguna vez estuvo roto y olvidado.     


—Esa foto se tomó cuando tenías cuatro años —me dijo con una sonrisa—. No estoy del todo segura, pero recuerdo que ese caballito lo encontró tu abuelito en la basura… sin cabeza. Estaba en buen estado, así que se lo llevó pensando en lo que podría hacer con él.


No sé cómo fue exactamente, pero terminó regalándoselo a tu padre. Y ya sabes cómo es tu papá… tan creativo. Le hizo una cabeza nueva al caballito, lo limpió, lo pintó, y quedó como nuevo.


—¡Wow! ¿Y cómo hizo para no atrasarse con sus trabajos?


—No lo sé, hijita. Pregúntale a tu papá.


Sin perder ni un segundo, fui rápidamente al taller. Necesitaba saber más sobre la pequeña historia escondida en esa fotografía.


Al entrar al taller, lo primero que noté es el olor de siempre: pintura, y un poco de polvo... todo eso me traía recuerdos. Veo a mi papá ahí, con el cabello despeinado y la camisa algo sucia. Está trabajando en unas señalizaciones que, según me acuerdo, le había pedido un cliente para una empresa.


Me sorprendió que se diera cuenta de que estaba ahí sin siquiera verme.


—¿Qué haces por aquí, princesa? —me dice con ese apodo que siempre me ha dicho desde que tengo uso de razón.


—No quiero interrumpirte. Además, no es nada urgente ni importante... hablamos más tarde, ¿sí? —le digo, sonriendo un poco, medio apenada.


—Todo lo que me quieras decir para mí siempre es importante. Vamos hija, cuéntame, ¿qué pasó?


—¿Cómo hiciste este caballito tan bonito para mí?


Mi papito y yo con el regalo más creativo e ingenioso que me haya podido dar.


Le muestro la foto.


Él la toma, la mira y sonríe. Es una sonrisa tranquila, como si el recuerdo viniera solo. Mi padre se apoyó sobre su mesa de trabajo con una sonrisa.


Mencionó que esa foto le traía bonitos recuerdos, y que todo empezó cuando mi abuelito le regaló un viejo caballito de madera, de esos que se balancean, con dos listones curvos como base. Estaba desgastado, con la pintura cuarteada y las patas algo flojas.


Contó que, apenas lo tuvo en sus manos, supo que quería revivirlo, no como un simple juguete, sino como un recuerdo vivo.


Dedicó tardes enteras a reforzar las patas, a lijar cada parte de la base curva para que se moviera con suavidad y sin chirridos. Me dijo que la madera estaba tan vieja que en algunas partes tenía que reemplazarlas y tratarlas con cuidado, como si se tratara de un objeto frágil que guardaba secretos antiguos.


Me confesó que, en el proceso, se imaginaba mis pequeñas manos agarradas con fuerza del caballito, los pies colgando y mis risas llenando el taller. Dijo que lo hizo con tanto cariño y esfuerzo para mí, que cada movimiento del caballito le recordaba el amor que sentía como padre.


En Otuzco. Fue uno de esos días especiales, donde no hacían falta muchas palabras. Solo estar juntos bastaba para sentirme segura y feliz.


Mientras iba escuchando su historia, no podía dejar de sonreír. Mi padre me contó que para hacer la parte de la cabeza, tuvo que ser bastante creativo. 


Para la cabeza empleó materiales como un cono grande de cartón, unos rollos de vinil de cualquier color que le habían sobrado del trabajo, una cola, una parte del palo de la escoba de mamá y pintura blanca.


Yo solo lo miré con una sonrisa y asiento. No digo nada, estaba tan metida en su historia que no quería interrumpirlo. Me gustaba verlo hablar con tanto cariño, con esa chispa en los ojos que solo aparece cuando uno recuerda algo importante. Ese caballito, que de niña vi como un simple juguete más, ahora se me revela como algo distinto. Entiendo que no era solo madera y pintura, sino tiempo, dedicación y amor puestos en cada parte. Era su manera de decirme "te quiero" sin palabras.


Papá usando su creatividad  para armar y diseñar una cometa con palitos y una bolsa de plástico para el concurso de cometas reciclables.


Y ahí, entre herramientas, polvo y cosas viejas que quizás ya nadie mira, me doy cuenta de cuánto significan esos gestos que muchas veces pasamos por alto. A veces creemos que los recuerdos vienen de momentos grandes, pero están en estos detalles, en las manos de papá arreglando algo solo para hacerme feliz. Y aunque ese caballito ya no se mueva como antes, para mí va a seguir siendo uno de los regalos más bonitos que me dieron en la vida.


Te quiero papá.










WhatsApp_Image_2025-06-03_at_10.26.33_PM__1_-removebg-preview.png
Día Treinta Logo.png

"Las historias tienen el poder de cambiar el mundo, y en Díatreinta, creemos en contar esas historias"

SELLO-RADIO-UPN-PNG.png
bottom of page