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Retazos de nuestra historia en una casa

Una casona con más de 270 años que guarda parte de nuestro patrimonio en su interior sorprende a cajamarquinos y visitantes por su valor histórico.



Escribe Fiorela Tanta Rosas



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Visito la casa museo Nicolás Puga de Cajamarca. Es la primera vez que voy, son las 11 de la mañana, el sol está cerca de su punto más alto y las nubes ya comienzan a cubrirlo. El ruido del tránsito sofoca mis pensamientos mientras intento concentrarme en la información que obtuve sobre el lugar hace unos días para la charla que tendré con el coleccionista. La casa museo capta con facilidad mi atención, resalta entre todas las demás de la calle, con un color vibrante a diferencia del blanco en las otras estructuras. 


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Foto de la Casa Museo Nicolás Puga, con más de dos siglos y bien conservada.


Al entrar, la casa me recibe con el peculiar olor de los muebles antiguos, junto a la frescura del jardín que decora el ambiente y la gata bicolor que se pasea por el lugar. Parece que no está acostumbrada a la atención, ya que no me deja acariciarla o siquiera acercarme. Al final del pasillo de entrada, hay una pileta de agua en medio del patio de la casa, llena de peces de color naranja y blanco. El espacio está rodeado por habitaciones coloreadas de amarillo, con algunas macetas en su exterior rodeando el patio. Cada puerta y tablado de madera resalta con un color verde que anima el lugar. 


Once espacios son parte del recorrido, cada uno lleno de piezas del pasado. La casa presenta tres tipos de colección: de la época republicana, virreinal y prehispánica. 


Las primeras cinco habitaciones, unidas entre sí, están llenas de objetos característicos. Una habitación está decorada con relojes de distintos tamaños y formas, pertenecientes a la época republicana; otra, presenta retablos cajamarquinos, que a pesar de su exterior apagado, encanta cuando ves el interior, decorado con hilos de oro y plata, espejos y vidrio; otra, lleno de vajillas y lámparas en estantes grandes. Incluso las lámparas de aceite y queroseno han sido adaptadas para poder funcionar con electricidad. Observo también una colección numismática tras una vitrina, monedas de diferentes épocas, algunas mucho más desgastadas que otras, lo que impedía el reconocimiento de los personajes representados. Las pinturas son parte del entorno en cada habitación, y siempre captan la atención por sus colores y motivos religiosos. 


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Las imágenes religiosas, recuperadas de iglesias y capillas, están presentes en cada salón.


Estas primeras habitaciones, a diferencia de las siguientes, mantienen el concepto de una casa, habitaciones de reunión, comedor y cocina. Además, hay pasillos que las conectan con una atrapante decoración, es fácil olvidar que estoy en un museo.


El espacio conector con el resto de la casa es un pasadizo lleno de imágenes religiosas, algunas talladas en madera y otras, en piedra. Hay casullas de seda con adornos de pan de oro y cuadros con el mismo motivo. La razón por la que la mayoría de piezas tienen estas representaciones es que, durante la época de la Reforma Agraria, muchas iglesias y capillas tuvieron que ser destruidas para la repartición del terreno de las haciendas, y fue así como se recuperaron muchas de estas piezas.


A primera impresión, la casa parece terminar ahí, pero entonces descubro otra habitación cruzando un frondoso pasillo. Cada rama, repleta de hojas y florecillas, me dan paso a conocer más el lugar. Ya no tiene tanto la apariencia de una casa, cada vez se ven más los retazos de la historia que posee. Esta habitación no está menos vacía que las anteriores, las pinturas continúan y se les unen pequeñas urnas, candelabros y estatuillas. Al fondo del salón destacan dos sillas de la época virreinal, sobresaliendo por sus antiguos poseedores, el virrey y su esposa. 


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Sala en la que se encuentran las sillas del Virrey y su esposa, y además, donde se llevó a cabo la inauguración de la casa museo en el 2013.


Mientras más recorro, más se siente la ausencia del ruido exterior, así es más fácil concentrarme en la tranquilidad que me regala el jardín de la casa. Cada espacio está ocupado por alguna colorida planta, incluso una pileta, que inicialmente debería llevar agua, lleva plantas en su lugar. Y un jardín tan lleno de vida fue decorado con detalles pertenecientes a una festividad igual de alegre, la Navidad. Las plantas acompañan una colección de nacimientos antiguos, colocados sobre una superficie hecha de piedra de aragonito y no falta el papel verdoso característico que forra las paredes alrededor de los nacimientos. 


Ningún espacio queda en blanco, aparte de los nacimientos navideños, también se exhibe parte del patrimonio industrial. Se tienen algunos modelos de máquinas de coser y escribir, planchas, que han sido decoradas con figuras de flores de distintos colores, y teléfonos de los que antes dependían de una operadora.


En lugar de recorrer desde lo más antiguo hasta lo más reciente, sigue una línea de tiempo en reversa. Los penúltimos salones contienen piezas de la época prehispánica, textiles con iconografía antropomorfa y zoomorfa, también con representación de sus dioses, haciendo uso de colores variados y vívidos. Cerámicas características de las culturas preincas, queros y máscaras ceremoniales están presentes, resaltan imágenes de sus ídolos, con motivos zoomorfos, incluso algunas representan escenarios de la vida pasada, una forma de conservar las tradiciones del momento.


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Colección de orfebrería preinca con representaciones ceremoniales y cotidianas.


La última habitación está dedicada al legado de la familia Puga. Entre los antepasados del señor Nicolás Puga encuentro a la destacada escritora cajamarquina Amalia Puga de Losada, reconocida internacionalmente y José Mercedes Puga, quién murió en la Guerra con Chile, en la ciudad de Huamachuco y posee un reconocimiento dado por Andrés Avelino Cáceres.


El salón resguarda una colección de fotos de los predecesores y sucesores del coleccionista, con algunos muebles y pinturas decorativas más recientes. Entre todos los artículos que posee el salón, destaca un escudo del Perú hecho en alto relieve, con la peculiaridad de que está decorado con balas de distintas armas y lentejuelas doradas en el borde.


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Salón de los Puga, con fotos y reconocimientos a los personajes representativos de la familia.


El señor Nicolás me cuenta que antes se tenía la costumbre de reunirse en familia o con los vecinos para rezar los días viernes y sábados. Había una habitación de oratoria destinada a este fin en las casas. Las personas reunidas compartían una taza de chocolate y los adultos mayores narraban las historias de la Cajamarca antigua. Así fue como nació su afición y apego a nuestra historia desde muy joven. 


Además, muchas de las piezas ahora exhibidas son herencia de la familia, fueron recolectadas con el paso del tiempo y algunas fueron regalos de familiares y amigos. De ese modo convirtiendo una casona de 270 años en un baúl que aloja parte de nuestro patrimonio cultural, destacando la importancia de su valor histórico.  


A día de hoy, ninguna institución ayuda en el mantenimiento y conservación de la casa, ello es fácil de intuir debido al precio del recorrido, que son 20 soles para los peruanos y 25 para extranjeros. A pesar de esto, tienen como principal objetivo buscar el financiamiento necesario para que la entrada a estudiantes, tanto de escuelas rurales, urbanas y de universidades, sea gratis. Todo con la finalidad de que los jóvenes conozcan la historia detrás de las piezas en el museo.


 
 
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